martes, 10 de marzo de 2009

GIMNASIO

Decidí tomar clases de gimnasia para mantener elasticidad en mi cuerpo. Una especie de aeróbic de bajo impacto; o sea, hacer gimnasia sin tener que estar saltando como un sapo desbocado para todos lados, como se hace con ciertos tipos de gimnasia tan corrientes y conocidos. Donde el corazón corre a mil por hora, tratando de bombear siguiendo un ritmo que poco entiende, y esforzándose en aras de un estúpido juego de movimientos que ni los músculos entienden.
Esos tipos de ejercicio en que se deja el alma y, después, a veces, para recuperarse, hace falta una semana de descanso. Comúnmente sucede cuando, el o la profesora, no toma en cuenta el estado físico del alumno y, (existen muchos), que les importa muy poco si a algún pobre alumno se le va poniendo la cara de todos colores y su agotamiento está al borde del colapso.
Como también, existen alumnos que en la primera clase quieren hacer todos los ejercicios... Y más. Aquellos que se sienten con un ímpetu asombroso y que, después de la primera clase, no se presentan nunca más haciendo que el cuerpo trate de recuperarse de un esfuerzo innecesario y peligroso.
Y existen aquellos que, a conciencia, van haciendo sus ejercicios a medida que su resistencia física lo va permitiendo.
Al cuerpo, como a la mente y al alma, hay que irlos descubriendo y comprendiendo; sino pasan a ser meros “invitados”, que cada tanto, les dan cabida en sus vidas.
... En cuanto a las clases de gimnasia que tomé, (habían muchas personas mayores), a medida que practicaba, noté que la profesora en cuestión, ponía música variada con distintos ritmos para practicar distintos pasos y movimientos que, supuestamente, harían trabajar distintas zonas del cuerpo. Claro que cambiaba los ejercicios con mucha rapidez y el alumnado se quedaba mirando para repetir eso nuevo que había que realizar. Por supuesto que se lo pasaba corrigiendo a cada alumna; pero también era claro que la profesora hacía mucho tiempo que realizaba esas variaciones y el resto, se quedaba “pagando”.
Es cierto que no es común prestar atención en la sincronización de movimientos de todo el cuerpo, cuando, muchos, están fuera de los movimientos acostumbrados en el diario vivir; pero la profesora no se ponía en el lugar de los alumnos. Una cosa es SABER HACER y otra, bastante difícil, SABER ENSEÑAR.
También, parecía que dicha profesora se sentía satisfecha con su cuerpo, porque lo pasaba mirando SU cuerpo y como trabajaban SUS músculos. Y el alumnado...? NADA!. Egoísmo... ? Y el “prójimo”, Qué...?
Lo que más me llamó la atención, fue que dicha profesora, no explicaba mucho sobre los beneficios de cada ejercicio y, menos, controlaba la importantísima función de una buena y controlada respiración. Parece que había olvidado ese “minúsculo” detalle. Cuando es lo más importante, ya que el proceso de una buena respiración, hace que el músculo que “trabaja” en algún determinado ejercicio tenga buenos resultados; como así también, un buen trabajo en conjunto con el resto del cuerpo y, algo muy importante, ayuda a calmar la mente. Muy “importante” paso para sentir un bienestar general y, así, generar lo que se conoce como ENDORFINAS.
Esto que vi, no es la primera ni última vez que se verá en relación con los gimnasios con esas disciplinas o lugares afines. Me refiero a la actitud que toman las partes actuantes; porque, en todo tipo de relaciones, los logros o no, y las responsabilidades, no se da de un sólo lado; sino, de cada una de las partes actuantes.
Muchas veces, los resultados no suelen ser muy felices, cuando el alumno “cae” en un lugar de ejercicios que más valiera que no existieran; ya sea por la calidad de preparación del profesor/a; la calidad de las personas, y las intenciones del mismo; como así también, lo mismo por parte de las personas que se transforman temporalmente en alumnos.
Pareciera que cada una de las partes olvidan que, cada quien, TIENE UN CUERPO AL QUE HAY QUE EDUCAR, MODELAR Y ACTIVAR; SU PROPIO CARÁCTER, SU EDAD, SU NECESIDAD Y SU CANTIDAD DE RESISTENCIA.



Adriana A. Grossi









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